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febrero 2021

Un justiciero

Por Ángel Maximiliano Cabrera*

Se despertó a la madrugada después de una puta pesadilla, otra vez los mismos oscuros lugares, otra vez las sombras persiguiéndolo, otra vez él ocultándose de ellas; edificios en ruinas reclamaban su espíritu, y él accedía. Escapaba de algo o de alguien o de alguna turba que quería lincharlo. Sueños persistentes que lo atormentaban. Respiró profundo, tragó saliva, se levantó del colchón vencido sobre el piso y bajó las escaleras hacia la cocina. La tenue luz de la heladera alumbró su cadavérico rostro, las cucarachas huyeron de su presencia. Tomó la última lata de birra que le quedaba y en un par de tragos se bajó la mitad del contenido. Caminó hacia la tele, detrás de él se veían un par de guitarras y un equipito Johnson de veinticinco watts. Hacía mucho que no agarraba la viola, tenía varios quilombos por resolver. Pero primero necesitaba droga. Llamó a su transilvania amigo desde su Samsung, eran como las tres de la matina; el loco ni atendió. Se quedó viendo porno hasta que amaneció. A lo lejos se escuchaba ese monótono ritmito del reggaeton. La villa estaba a menos de seis cuadras; es jueves y ya esos negros de mierda están de joda, pensaba mientras en la tele Johny Sins le rompía el ojete a Aletta Ocean quien, a su vez, chupaba la poronga a un subsahariano. Se acordó que en esa villa le habían garcado plata; otra día, le habían robado un celular y unos morlacos... tenía un par de broncas largas ahí. Esos negros de mierda se reproducen como cucarachas, pensaba, un día de estos consigo un fierro y les doy. Videla haría un buen trabajo ahí, se decía a sí mismo.

Volvió a dormirse, esta vez en el sillón. Cuando despertó era casi el mediodía y tenía un par de llamadas pérdidas del transa y un mensaje de whatsapp que decía: «Loco, ya estoy en casa». Se empilchó al toque y salió pateando la calle, dobló en la primera esquina a la derecha, prendió un cigarro, caminó cuatro cuadritas más y empezó el camino de tierra, ya se divisaban los pasillos de la villa.

Golpeó las manos en una casa de portón caído, un perrito chiquito lo recibió moviendo la colita, contento; desde adentro se escuchó:

 

  — Pasá, boludo.

Ya adentro le dice al casero:

 

  — ¿Y, locura? ¿Está lo mío?

  — ¿Cómo no va estar, cumpita? Me extraña, eh, eso ni se pregunta. Para eso te llamé.

  — Bien ahí, negro —contestó —. Tomá la guita. Mirá que es lo último que me quedó, eh, no me vendas descanso.

  — Probá y decime —contestó el grone.

Ahí nomás la tiró a la cancha, sobre la mesa, desnudó a la blanca doncella de su blanco vestido y de un solo saque pudo comprobar la calidad del producto.

  — Bueno —dijo —, ahora pasame el tres ocho que me voy a dar unas vueltas.

  — Bancá un rato, amigo —dijo el negro—, recién llegaste. ¿¿Taaanta es tu sed de venganza?? Estas viendo mucho El patrón del mal ¿o qué?

  — No, boludo, nada que ver. Pasame ese fierro que ahora vengo.

  — Bue, dale, pero no te regalé.

Ese fue el último consejo del transa.

A siete cuadras de ahí, casi en el borde norte de la villa, se encontraban rancheando unos pibes, en los últimos pasillos, casi sobre la autopista. El humo del cannabis más elemental los envolvía, eran cinco o seis pintas, viseras deportivas, camisetas de basquet, zapatillas radiantes. Llegó un llamado al celular de uno de ellos:

  — Che, perro, ¿viste el loquito ese que tiene drama con vos? ¿El que me compra a mí? Está yendo pa'l fondo, a buscarlos a ustedes, anda con plata, con merca y tiene un fierro. Si se lo sacan y me lo traen les pasó pasta base.

  — Dale, cumpi, no te haga´ problema, yo ya sabía igual, acá lo hacemo´ pollito.

 

Cortó y siguió fumando su churro como si nada.

 

Al rato, se lo ve que venía embalado como un toro, al loco que quería revancha; visitante en la villa tenía todas las de perder. Los negros ni se mosquearon, a cien metros de los pibes arrancó y tiró sin mediar palabras. El primer plomazo fue —con tanta buena suerte— a dar en plena cabeza del gil que capitaneaba la banda que cayó de una, seco sobre el piso. Los otros guachos, ahí nomás, se abrieron; un par sacaron fierros y contestaron con pólvora. Todo se nubló en los ojos de los contendientes. Se escucharon más de veinte detonaciones. La adrenalina corría por las venas.

  — Giles de mierda, ya los tengo —gritó.

Los guachos no salían de su asombro.

Parecía que se habían ido, miró para el pasillo donde hacía momentos estaban los fisuras esos, y vio a un nene de (aparentemente) seis años caído con un tiro en el pecho; una mamá salió gritando, llorando por la vida perdida de su criatura. Se sintió para el orto... pero no corrió, se agazapó con su fierro en mano detrás de una columna, un pilar de luz. De golpe se escucharon sirenas, salió corriendo para la autopista, la cruzó, fue en dirección a lo que parecía una fábrica abandonada. Alguien lo vio. Se escondió ahí hasta las siete de la tarde. Empezaba a oscurecer, afuera lo buscaban la gorra con sus patrulleros y los familiares del pibito abatido que se había cruzado sin querer en el tiroteo. Subió unas desvencijadas escaleras hacia una especie de terraza, la puerta estaba cerrada. Bajó y salió por una puerta lateral hacia un patio cerrado, giró para retomar la exploración cuando vio a otro pibito, esta vez de no más de diez u once años, parado, mirándolo fijamente.

  — Andá para tu casa, papi, que acá es peligroso.

El niño asintió con la cabeza y cuando el fugitivo desvió la mirada, el pibito sacó un fierro y le encajó tres plomazos. Era uno de los guachos de la bandita esa.

Quedó allí tirado, mirando lo alto del edificio, la humedad de paredes, el oscuro cielo... Enseguida lo reconoció: era el lugar con el que soñaba, el sitio de sus pesadillas  y cuando vio llegar a los efectivos policiales, a sus ojos, se tornaron en sombras, las suyas, las que lo perseguían todas las noches en sus jodidas pesadillas.

Un justiciero

SOBRE EL AUTOR 

«Músico, poeta y vagabundo. Nacido en Avellaneda, criado en la villa Itatí, de origen entrerriano por parte de madre y chaqueño por parte de padre. Sin terminar estudios secundarios. Sin durar en ningún trabajo. Permanezco en el anonimato, postergando el suicidio para después.

Padre de familia, con hijos dispersos en casas distintas

Amante del alcohol.

Dedicado a su banda MAGNICIDIO

Gitano por elección… Y bla bla bla…

Un completo perdedor».

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