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Bienvenidos a La Palestra Noticias, la revista cultural de La Palestra Ediciones, donde encontrarás notas y entrevistas a aquellas personas apasionadas por su disciplina: Cultura Deporte, Literatura, Viajando, Astrología y Corpore Sano son nuestras secciones.  

OCTUBRE 2020

«Sí, definitivamente algo cambia»

Entrevista a Pilar Bedoya Guido, voluntaria de «Grupo Andando»

Pilar Bedoya Guido es una de las cien personas que dedican sus sábados a dar una mano a quienes más lo necesitan. Ese día lo divide en dos: por la mañana, se junta con la gente de Módulo Sanitario y por la tarde, da clase de apoyo junto a la Fundación Grupo andando.

Si bien, parte de la cuarentena, Pilar volvió a San Martín de los Andes, ciudad que la vio crecer, a pasar unos días en familia, la noticia de que su grupo de «Módulo»  estaba listo para comenzar la instalación de un nuevo baño destinado una familia de Florencio Varela, la impulsó a volver a la gran ciudad.

Hace cinco años que es voluntaria y en esta estuvo contándonos un poco de qué se tratan las fundaciones donde participa, sobre esta motivación por dar una mano y las experiencias que le dejaron.

 

—¿Cuál fue el momento en el que dijiste «yo quiero hacer esto: quiero ayudar»?

—Creo que cuando me mudé a Buenos Aires. San Martín de los Andes es medio como una burbuja, uno no tiene mucha idea de lo que pasa; hay realidades que acá son extremadamente normales, y allá no.

El primer día que fui a Grupo Andando, justo había una reunión de voluntarios y estaba hablando uno de los fundadores. Nombraba a los alumnos con nombre y apellido y yo decía: «tiene que haber algo acá para que toda esta gente esté tan involucrada, que conozca tanto a los chicos y que realmente les interese que estén bien».

«Grupo Andando» es una Fundación que comenzó sus actividades en el 2011 gracias a cuatro amigos que querían dar una mano en tareas escolares a los chicos de la Villa 21-24. Con el paso de los años, la realidad de la situación de los alumnos, su familia y la villa llevó a que el apoyo escolar fuera incorporando diferentes áreas de trabajo. Fue así que comenzó la merienda, prevención y promoción de la salud, contención psicopedagógica, salidas culturales y asistencia social. Hoy cuenta con más de cientoveinte alumnos, cincuenta en listada de espera y más de cien voluntarios de diferentes disciplinas y edades. Los voluntarios se reúnen todos los sábados en distintos puntos de la Capital Federal, desde donde se dirigen, en grupos, hacia una iglesia que queda a pocas cuadras de la Villa.

—¿Cómo fue esa primera experiencia?

—Bien, re linda. Fue rara porque me había mudado a Buenos Aires hacía menos de un mes, entonces no tenía idea. A mí me habían dicho que había que estar en Córdoba y Callao… Buscaba la dirección en el mapa…, no sabía nada…, era como muy incierto todo. En el barrio siempre me sentí cómoda desde el primer minuto que entré. Así que, la primera experiencia, bárbara.

—¿Qué anécdota te gustaría compartirnos?

—¡Tengo un millón de anécdotas! Este es mi quinto año en la fundación. Por ejemplo, me pasó que me invitaron a un cumpleaños de quince y eso excede un montón lo que es el apoyo escolar. Es ir al barrio en otro contexto, pero a la vez te das cuenta que es familia porque son cumpleaños chicos, de treinta personas donde diez somos voluntarios. Esas experiencias son fantásticas.

Soy madrina de un bebé...

—¿En serio?

—Sí, una alumna quedó embarazada muy chica; que esas son cosas que también te chocan. Porque… yo pensaba: la fundación da talleres de acciones, talleres de educación sexual, tiene todo un departamento de salud que se encarga de informar y de prevenir un montón de cosas. Y cuando cayó esa noticia fue un baldazo, me preguntaba: ¿cómo puede ser que esto no lo hayamos evitado o prevenido?

—Uno se cuestiona…

—Sí, ¿sirve de algo esto que estoy haciendo? ¿Está cambiando realmente algo? Y después de un mes, me preguntó si quería ser la madrina y ahí dije: «sí, definitivamente algo cambia en estar acá». Así que las experiencias son millones, todos los sábados son una vida distinta y se vive distinto.

—¿Cuál es la actitud que tienen los chicos cuando van?

—Re buena, la verdad. Ya el año pasado tuvimos ciento cincuenta alumnos presenciales, ¡qué es una banda! Van hermanos, primos, algunos que son amigos del colegio y otros que son amigos solo de verse los sábados. Y con los voluntarios hay muy buena onda. La verdad es que es un ambiente re lindo, hay mucho amor en el aire

 

—Y eso los chicos lo sienten.

—Sí, y les gusta. Desde un principio hay confianza y abrazos.

—Algún momento bisagra en esta experiencia, que vos sientas que haya sido un antes y después. 

—Sí, hubo un antes y después en mí a raíz de una situación que me pasó hace dos años.

Con los chicos más grandes ya tenemos buena onda, de seguirnos en Instagram, de que tengan mi teléfono por si alguna tarea no se terminó, entonces nos mandamos fotos por WhatsApp y la vamos terminando. Un día, que estaba en mi departamento, me llamó una alumna llorando, diciéndome que estaba desde el día anterior en el hospital porque el padrastro había abusado. Ella, de quince años, lo había contado en la escuela y desde allí la llevaron directo al hospital. Empecé a temblar, no sabía qué hacer, no sabía si tenía que tomarme algo e ir al hospital y traerla conmigo…, es menor, no podía hacer nada. Llamé a la trabajadora social de la fundación que me dijo: «sí, nos acabamos de enterar», «¿qué se hace?, ¿qué hago? Bueno, voy para allá» le dije. Estuve como dos horas en sala de espera hasta que me dejaron entrar, hasta que pude verla y me quedé toda la tarde. Volví a casa con una sensación que para mí fue completamente bisagra, porque yo entré a dar apoyo escolar y terminé en otra… Marcando tanto en la vida de una persona como para que a la que llamara fuera a mí. Eso fue uno de los momentos en que me dije: «de acá todavía no me puedo ir, tengo que estar acá».

—Además de colaborar en las clases de apoyo también estás construyendo baños...

—Sí, también…

En el 2015 nace «Módulo Sanitario», impulsado por jóvenes con ganas de transformar la dura realidad en la que vivimos. En Argentina, seis millones de personas no tienen baño. Esto implica que miles de familias deben utilizar letrinas precarias fuera de sus casas, de noche, cuando hace calor, frío o cuando llueve. En esa realidad, desarrollar hábitos de higiene básicos como lavarse las manos o los dientes es un desafío. Eso impacta directamente en la salud de las personas. Es una gran barrera para el desarrollo y la integración a la sociedad.

La fundación construye espacios de baño y cocina integrados a las viviendas y educa en la promoción de hábitos de higiene, que son fundamentales para el desarrollo saludable de las personas.

—Y cómo es esa experiencia de construir un baño que en algunas realidades es un elemento bastante básico y, a la vez, en otras no lo es.

—Sí, esta otra fundación es una locura. Laburamos medio a la par Techo. Son dos entidades distintas, pero los módulos se anexan a casillas de Techo. Yo conocía a Módulo Sanitario, de nombre, pero no conocía el laburo que hacían. Entendía el concepto de construir un baño, pero es muchísimo más.

—¿Cómo es ese voluntariado?

—El proceso, antes de construir, lleva cinco meses. Uno va al barrio primero, lo camina y casa de «Techo», casa que se toca, se aplaude, se cuenta quiénes somos. Se hace un proceso en el que uno ya va conociendo a las familias. Después de esa primera visita, se la visita dos veces más. Entonces, llega el proceso de asignaciones. No se les construye a todas las familias que se visitan, muchas veces porque no se puede por cuestiones del terreno. Se asigna a las familias que tiene cierta prioridad: si hay personas mayores, si hay chicos, si son muchos… Se ve y se intenta construir a la mayoría. Luego, se inicia un proceso de pagos. La familia paga un 8% del módulo…

—Como para que no sea un regalo…

—Claro. Se desviven por eso. Nos ha pasado que, a veces, no llegan a pagar el módulo y se ve qué se hace. Después, llega ese fin de semana en el que vamos seis o siete voluntarios y nos quedamos a dormir en una casa de retiro todo un fin de semana. Justo fuimos el finde pasado, que fue distinto porque fue con protocolo y solo fuimos dos.

—¿Y cómo estuvo?

—Es re lindo, sos medio parte de una familia durante un fin de semana entero. Primero, vas viendo cómo se levanta el módulo. Y por ahí pasa que hay chiquitos en la familia que dicen «este es mi baño» o ni hablar cuando se termina, que ya está con electricidad, kit de cloaca y agua y abrís la canilla y sale agua caliente de adentro de sus casas… Es una cosa que decís: «¡wow, qué loco!», porque para mí, toda la vida hubo un baño con agua caliente.

—Entendés un montón de cosas…

—Sí, yo, antes de estar en Módulo, por ahí no me daba cuenta de la importancia de tener un baño dentro de mi casa, porque nunca me imaginé una casa sin baño. 

Ahora están todos con la emergencia sanitaria, que no es un término nuevo. En Argentina hay más de seis millones de personas que no tienen baño dentro de su casa. Y sin un espacio para poder desarrollar los hábitos de higiene, trae complicaciones en la salud y en lo laboral.

—Entiendo en la salud..., ¿pero en lo laboral?

—Si vos tenés una entrevista de laburo, entre una persona que va bañado y perfumadito, y otra persona que no se bañó antes de ir, tenés muchas menos chances. Con Módulo hicimos muchísimo más que un baño, porque realmente es un espacio, es dignidad, es privacidad. Cambia la vida completamente. 

—Te pregunto: a quienes nos estén leyendo, ¿qué te gustaría decirles?

Que maneras de ayudar hay un millón. Uno puede ayudar en lo que le guste y se sienta cómodo. Entiendo que también requiere un montón de tiempo, pero yo diría eso: que busquen ayudar en algo que les guste.

A mí me pasa un poco que el tibio, el que no hace nada, nada que lo apasione, nada que lo mueva…, no sé…, me parece un poco raro. Para mí, hay que encontrar algo que te guste. Hoy en día hay organizaciones y fundaciones de todo. Si querés ser activista por los animales, está buenísimo y ayudas un montón desde ese lado. O ambientalista, hacelo, pero con activismo, con actividad.

—¡Pero hacelo!

—Sí, y si no encontraste una fundación que haga lo que a vos te gusta, movete, organizala y creala vos. Juntá cuatro o cinco personas que quieran arrancar y que tengan las ganas y la idea de tirar para el mismo lado. Arrancalo.

—Recién hablabas de pasión, ¿podrías definir la pasión que te mueve a esto que estás haciendo?

—No sé si definida, pero hacer esto, a mí me apasiona. De hecho, estaba en San Martín de los Andes y me volví porque había un ensamble y quería ir. Me mueve muchísimo.

Me di cuenta de que hay un montón de cosas que uno nunca va a poder cambiar (o que yo no las voy a poder cambiar), pero estoy haciendo algo como para cambiarlas. Y eso es lo que a mí me mueve.

—¿Cómo te proyectas de acá a futuro?

—Una vez estábamos hablando con mi familia, hace bastante, y mi hermana (toda Susanita) ya hablaba de cuando se casara, de los hijos y la casa. Yo la miré a mi mamá y le dije: «me gustaría estar en África construyendo un aula, ¿entendés?». Eso es un proyecto que tengo, me encantaría hacerlo el día que me reciba (si es que me recibo) o cuando pueda. Me encantaría hacer un proyecto de voluntariado en otro lado.

Sí me veo ayudando en el lugar que esté. Para mí, quienes somos voluntarios, llega un momento en el que te sale ser voluntario, no podés estar no haciendo nada. Así que creo que me veo así: estando en donde esté, ayudando en lo que haga falta, donde se pueda.

Nos despedimos de Pili, de su frescura y de su energía interminable. Su entusiasmo nos emociona, nos conmueve y nos inspira. Con solo veintidós años, ya hizo tanto. Para ella es muy simple: todos podemos ayudar en algo que nos guste, tan solo aportando de nuestro tiempo.

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