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                                                                                                                                                                                                          julio 2021
Esperanza devastadora
Por Luca Vindica

¿A quién se le ocurre colocar una bomba en estos tiempos? Cementos destrozados, polvo desparramándose por los aires, explosiones con las consecuentes fugas de gas, gritos, añicos de vidrios y esquilarlas por doquier, sirenas diversas de auxilios. Consecuencia desprolija. Mensaje antiestético. Parece algo tan burdo detonar una bomba así. Entiendo la noción del detalle estratégico de dónde colocarla para que el efecto, que llegara al espectador, sea más implosivo o más expansivo. Pero no pasa por ahí, pasa por las razones de hacerlo, por el alcance de los efectos. Según el profesor, la teoría dice que puede o no haber un motivo para colocarla y detonarla. Es decir, que no es imprescindible «un motivo». Sin embargo, el motivo es muy necesario para mí. No puedo ir y poner un C4 en un banco así sin más, sin razón alguna, como un acto banal y desinteresado. Quizás, lo que me tortura es el desbalance ineficiente entre la energía insumida y la magnitud de los resultados a conseguir. Me resultan más fáciles otras asignaturas de la universidad, como «Elaboración de macrodelitos económicos y políticos», cosa que no me atrevo a mencionar a mis compañeros, pues lo perciben como una señal de debilidad. Es una discrepancia inconcebible para mí, no obstante, silenciada. Preferiría, y le veo más sentido ciertamente, vaciar todos los bitcoins del banco y transferirlos a alguna ONG que se aboque a la deshumanización. Es más lógico que detonar el burdo edificio de un banco. Y más elegante, de estética más refinada. Al fin y al cabo, el banco es una mera construcción física, relicto de antiguas costumbres. Edificio que solo cumple el rol de darle entidad física a algo que en realidad opera siempre virtualmente. Si quisiera detonar bancos, hubiera estudiado la Tecnicatura en Incendiología que se dicta en la Universidad del Delito de Mántros. Y no, yo vine a Bólston a especializarme en Macrodelitos. Pago las buenas cuotas mensuales para que me den una educación superior, para que me enseñen cómo ocasionar un incendio masivo y catastrófico a lo que queda del Amazonas, o a concretar una macroestafa como la del banco del Vaticano ocurrida hace algo más de cien años. No sé… ¡enséñenme cómo hacer caer la economía de un país! O cómo propagar una plaga devastadora. Enséñenme cómo cristalizar y resquebrajar el conocimiento; cómo descivilizar a una sociedad; socavar los ideales de una cultura; cómo vunerabilizar a las personas para que sean más manejables, maleables. ¡Pero no!, vienen con esta tarea para el hogar de detonar un obsoleto pedazo de cemento. Acto de ganancias espurias. Un despilfarro de esfuerzo y logística. Ojalá ya estuviese en el último año. Ahí hay dos materias que me encantan: «Deshumanización» y «Macrodelitos biológicos», herramientas fundamentales para desarrollarse. Es la única manera de hacer maldad en serio, de causar daño a gran escala a aquellos paganos que habitan al otro lado del muro. A aquellos que nos han sublevado a aquí, a este lado cuarteado del mundo. Un lado en el que, afortunadamente, la educación del daño y la destrucción se han asentado e institucionalizado. Pues, instruyéndonos con esta vil sed es la única forma de irrumpir en su mundillo y arrebatarles lo que antes, a nosotros, nos fue vedado.

La malicia desenfrenada e irracional ha evolucionado, ha progresado, dando paso al saber consciente del acto delictivo, permitiendo oficializar y materializar el desdén hacia la vida humana, la no humana y hacia cualquier ambiente del planeta. ¿Nuestro fin? El fin en sí mismo. Abogamos por llegar a la extinción lo antes posible, del modo más espeluznante y ruidoso. Alcanzar la igualdad en el cero absoluto.

La maldad es un bien intangible y debemos capitalizarla, principalmente, haciendo uso de quienes están al otro lado del muro y se empecinan en idolatrar la ética y las buenas costumbres. Hipócritas. Han querido, durante siglos, enaltecer las virtudes humanas. Sin embargo, bastan los millones de evidencias para demostrar que somos seres desalmados y predispuestos a cualquier aberración… solo se necesita un notable motivador. Poco queda en esta superficie terrestre y nos ocuparemos, gracias a la enseñanza del terror y la devastación, de que nada prospere nunca más en la faz de la Tierra. No nos detendremos hasta que sea un lugar desolado como Marte o la Luna.

Ojalá yo sea el último y pueda, así, contemplar esa belleza.

Relto de ciencia ficción
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