Temo de mi propio reflejo, él teme de mí.

Los dos huimos de la quietud del alma.

Nos escondemos en grietas sin salida;

viajamos a todos lados,

pasamos de manera desapercibida ante los ojos de los vivos.

Temo por el viento de hoy, por la corriente que lleva.

Escapo de la incertidumbre que puedo causar.

Recelo de lo ajeno,

de lo que soy,

del frío que siento en su vientre;

Esquivo su agraciado amor que me da.

Titubeo en las palabras que escriben y en lo que dicen.

Parentesco la frontera que divide los aires y traspasan mi piel.

Escondo el cruce de los pasos que dejas en mi regazo.

 

Nací con la flaqueza en los fanales, crecí con el lento suspiro.

Cargo la sinceridad en los labios,

Con la belleza en los caminos que llevo en las manos.

A la narrativa la interpreto al verme frente a ella.

Te beso con grata lenidad cada parte que doy,

desde los pies hasta mi recuerdo.

 

 

Su idioma embellece el silencio latente alcanzando la máxima nitidez en cada palabra.

Se describe en un solo verso,

de una a dos rimas encuentro mi nombre.

Es innegable no amarla, ni hacerla música.

Se ha leído entre las voces más suaves, ha caído en las falacias frías de la muchedumbre.

 

Me cobijo en ella, en la morena piel de su abuela.

En una sola noche se hizo y su lenguaje se fue extendiendo de manera bestial.

Se deleita en la mejor sintesis del miedo cantando su mayor penar;

Su heterogendeidad se despierta entre el día y la noche.

Huyo de la nada, de lo efímero de mi vida.