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27 julio 2020
¡Sí a los viajes inesperados!
Viajar solos por África - Primera Parte
Por Soledad Hary
El viaje más lejos que había hecho había sido a un país limítrofe (Brasil eu chi amo) y toda la vida imaginé como primer gran viaje Europa. Entonces, la posibilidad de ir a África me descolocó. Aunque no era tan descabellado, mi hermana y su marido vivían ahí hacía un par de años. Pero, África…
Mi realidad, hasta ese momento, no me había permitido soñar tan en grande, pero ahora podía. Y, dejando de lado prejuicios y esquematismos, empezó el viaje al continente de los animales llenándose la mente de imágenes acumuladas de libros, artículos y fotos de otros.
Lo primero que hicimos fue diseñar nuestro itinerario. De a poco y con ambición el «Mega Safari Africano» fue tomando forma. No espantarse: los chicos jugaban un poco de locales y podían asesorarse con sus amigos que ya se habían aventurado a recorrer la sabana en busca de los Big Five.
Decidimos empezar por Sudáfrica, exactamente en Johannesburgo, donde nos encontraríamos los cuatro con nuestra compañera de ruta: una 4x4 con dos carpas en el techo y equipada hasta los dientes para campear todo tipo de situaciones. Teníamos veinte días y nos había tentado dar una vuelta bien completa por Namibia, hacer una entrada a Bostwana y terminar en Zambia y Zimbabwe para conocer las Victoria Falls (conocí primero esas cataratas que las nuestras, sip, pero como viajar trae más viajes, después conocí Iguazú. Confirmado: son imbatibles y no lo digo porque soy argentinísima, es así).
Calculamos distancias, reservamos campings, armamos mochila y, a fines de mayo de 2016, cruzamos el Atlántico.
Apenas aterrizas te enamoras del sol de África. Es tal cual, tiene un sol aparte: amarillo, redondo, con una radiación inclinada a la que sucumbís en 3.., 2..., 1. Sin perder tiempo fuimos a buscar la 4x4. Para recorrer largas distancias en países casi desiertos y con caminos de arena, lo mejor es estar preparados. Quienes nos alquilaron la camioneta nos mostraron todos los gadgets para saber con qué contábamos: tanque de nafta doble, reserva de agua de 50 lts, garrafas para cocinar, heladera, mesa, sillas, ¡hasta almohadas! Y las carpas del techo que se arman en cinco minutos. También volante del otro lado…
Una vez que conocimos los vericuetos de nuestro vehículo partimos directo a la frontera con Namibia —inocentes cual gacelas— hacia nuestro primer obstáculo. Pero en ese momento no lo sabíamos y nuestro safari recién empezaba: sensación inexplicable pero sublime el de salir a la ruta y sumergirse en paisajes de horizontes infinitos, a veces ondulados, siempre soleados y las primeras gacelas… La sorpresa, la admiración, la felicidad y volverse niño para disfrutar como loco. Estas gacelas son las más abundantes de Sudáfrica, más conocidas como springboks, su gracia para moverse y su color té con leche cautivan aún si vieras millones.
Según lo que habíamos averiguado, todas las visas se pagaban al entrar a cada país, pues en el caso de Namibia, no. Preguntamos, re preguntamos, imploramos, casi nos enojamos y nada. La visa había que hacerla en un consulado en Johannesburgo, de donde habíamos partido hacía ochocientos kilómetros, o en Ciudad del Cabo a ochocientos kilómetros al sur, en sentido diametralmente opuesto a nuestro itinerario. Aunque no todos estaban muy convencidos, era LA oportunidad para conocer Ciudad del Cabo y aunque fue exprés, valió cada kilómetro de ruta.
La ruta 7 corre de norte a sur por el oeste de Sudáfrica y une el extremo del continente con la frontera con Namibia. Aunque se trata de una zona de cultivos, las vistas son increíbles, con bastante verde y, en el medio, un valle donde producen naranjas. A media mañana llegamos a Ciudad del Cabo. La Table Mountain me la tuve que imaginar porque estaba nublado, pero no importó, en la feria conseguí unos sostiene libros en piedra con forma de jirafa soñados. Por suerte, el visado era un simple sello que obtuvimos en media hora. De vuelta en ruta con rumbo al norte me tocó manejar. ¡Desafío hermoso mantenerse a la izquierda cuando tu instinto de supervivencia te machaca que eso no está bien! Gracias a mi hermana pude mantener la camioneta de ese lado todo el tiempo. (Nota al margen: meter cambios con la izquierda era como revolver un guiso). Meta mate y biltong (una especie de charqui sudafricano riquísimo), llegamos al camping cerca de la frontera con Namibia. Con un par de días de delay empezamos nuestro periplo por ese enorme país con paisajes increíbles y a la vez familiares. El karoo tiene un aire a estepa patagónica que te deja sin palabras. Y aunque todavía faltaba para llegar al primer parque donde habría más chances de encontrar a los Big Five (el león, el leopardo, el rinoceronte, el búfalo y el elefante), en el desierto del Namib Naukluft nos sorprendería un antílope único y unas dunas deslumbrantes.
Habíamos sorteado con bastante gracia el primer contratiempo, nos habíamos familiarizado con nuestro vehículo-hogar, ya nos veíamos imbatibles con pantalones kaki y sombrero..., pero íbamos a un desierto de arena.